jueves, 12 de junio de 2025

Minimalismo


En los últimos tiempos, el trabajo se ha vuelto tan escaso que tengo que economizar en todo y comprar lo mínimo. Así, tengo pocos adornos, mi cantidad de ropa está calculada para un uso normal sin que ninguna prenda quede sin usarse en toda la temporada, y la compra se limita a una adecuada reposición. Alguien a quien comentaba esto me dijo que me había vuelto minimalista. En ese momento yo no conocía el término, pero mi curiosidad hizo que esa misma noche buscara en internet información, para saber si me hablaba para expresar elogio, sorpresa, o por el contrario, me estaba ridiculizando o insultando. 
Así descubrí que los gringos (cuándo no) han armado toda una base filosófica que tiene como premisa el tener la mínima cantidad posible de cosas. Valiente filosofía, pensaba yo al leer eso. En mi tierra a eso se le llama hacer economía y ser pobre. 

Rebuscando en los anaqueles de la historia encuentro la biografía de Diógenes el Cínico, que ya era un minimalista hace más de dos mil años, y que cada vez que encontraba algo de lo que podía prescindir, lo tiraba sin más. Tenemos un poco más tarde en la historia a la orden de los franciscanos, que vivían en voto de pobreza, y no tenían más que lo que llevaban puesto. 
Mucho más adelante en el tiempo tenemos los cuartos de estudiante de algunos compañeros míos de la universidad, que eran tan pequeños que para bostezar tenían que abrir la ventana. Tales compañeros no solo practicaban el minimalismo, sino también el versatilismo, que es hacer que todas las cosas tengan muchos usos. Por ejemplo, uno de mis amigos tenía un jarro de fierro aporcelanado que le servía para lavarse los dientes, tomar el café matutino, servía de pisapapeles, vaso de refresco, plato de sopa y hasta ducha, porque hasta su habitación no subía el agua. 

Con todo, después de leer un poco sobre el minimalismo traté de practicarlo de una manera más consistente, y no como medida improvisada o impulsada por la necesidad. Lo primero es deshacerse de todo lo que sea innecesario. Esto no es tan fácil como parece, porque para alguien como yo, que trata de estar preparado para todas las situaciones, la mayoría de las cosas merecen salvarse en el sagrado nombre del “por si acaso”. Así, se salvaron muchos cables de diferentes tipos, libros de conocimientos apenas obsoletos, y una cantidad de CDs que ya no recuerdo qué contienen, pero “un día de estos voy a revisarlos y botar lo que ya no sirve”. 
Lo segundo es deshacerse de lo duplicado. En este punto llego a la conclusión de que el que difunde eso del minimalismo no es un ingeniero, a quien le entregan una casaca impermeable con el logotipo de la empresa en cada obra, a quien todos los vendedores que visitan le regalan un llavero o un lapicero, y que trae como recuerdo de cada curso o congreso al que asiste, un lapicero, una libreta de apuntes y un toma todo. Ya una vez me deshice de la mayoría de útiles de oficina que terminaron en mi casa, para volverme a llenar de cosas al poco tiempo. Hay que cambiar de estrategia, pensé. Tomé una hoja de borrador (una de esas hojas que salieron mal impresas de algún trabajo, y de las que tengo también una cantidad respetable) y me pongo a apuntar lo mínimo de cada cosa que se me ocurriera. Como siempre, empecé a divagar y la lista que obtuve fue la siguiente: 
  • Mínimo triunfo: 1 a 0 
  • Mínima siesta: un pestañeo.
  • Mínimo viaje: asomarse a ver el camino.
  • Mínimo trabajo: levantar la cabeza de la cama.
  • Mínimo almuerzo: oler el plato de otro.
  • Mínimo enamoramiento: Que tú me mires.
  • Mínima ayuda: Citar una frase de autoayuda.
  • Mínimo odio: fruncir el ceño.
  • Mínima escritura: un punto.
  • Mínimo silencio: el que viene después de una coma.
  • Mínimo amor: una sonrisa.
  • Mínima conversación: Hola.
  • Mínimo mensaje: un emojil.
  • Mínima pregunta: “¿Qué?”
  • Lo mínimo que ella se merece: yo.
Ante el fracaso de ser más minimalista de lo que me obliga la falta de dinero, abandono el esfuerzo y no habrá más intento que los que hago cada cambio de estación o el día en que me arrebato y me deshago de todo lo que hace bulto en mi casa, y la dejo lista para recibir otra carga de cosas que no voy a usar, y se repita el ciclo.

jueves, 29 de mayo de 2025

Leyendas peruanas: El torito de Pucará



En los primeros años de la dominación española en el Perú, los nativos se sorprendían al ver los animales que traían los extranjeros. Caballos, gallinas, carneros y bueyes eran mirados con asombro y se les atribuían cualidades mágicas, como es el caso de la historia que voy a contar hoy. 

En el pueblo de Pupuja, en lo que es hoy el sur del Perú, había una sequía que secó los cultivos de toda la zona. Esta sequía duró tanto que secó los pozos más grandes y profundos. La población se reunió para deliberar lo que había que hacer ante esta catástrofe. 
- Los dioses nos han abandonado - dijo uno de los campesinos - el cura ha dicho que su dios nos castiga por ofrendar al Inti y a los Apus. 
- El sol aún nos alumbra desde lo alto, y las montañas siguen en su sitio - dijo otro - Los dioses no abandonan a su gente, es este dios extraño el que les molesta. 
- El dios Cristo es poderoso, y ha tomado posesión del rayo y de las nubes. Dicen que al Curaca Quispe Tupac del valle de Sicuani, le envió un rayo por negarse a ir a la iglesia de los Viracochas (gente blanca). 
El más anciano de la reunión, Aquije, tomó la palabra, y todos callaron para escucharlo. - Pachacámac no nos ha abandonado, él es el dios de todo, y el dios Cristo es su igual. Es a él a quien debemos ofrendar. 
- Pero ¿Qué habremos de llevar como ofrenda? Las llamas, habas y coca que hemos llevado antes no han servido de nada para atraer las lluvias - dijo el hijo del curaca. 
- Ofrendaremos el toro que ha nacido este año en el pueblo, es animal noble y fuerte, sin duda será del agrado de Pachacámac - fue la respuesta. 

El animal en cuestión era un vivaz becerro, el primero que había en Pupuja, nacido de una pareja de vacunos traídos por frailes franciscanos, y que ayudaba a labrar las tierras vecinas a la pequeña iglesia que no tenía mucho de construida en el pueblo. El sacerdote, que afirmaba que Dios era Pachacamac, con el fin de captar las ofrendas del pueblo, no pudo discurrir a tiempo una razón para negarse, y tuvo que acceder al pedido de todo el pueblo que fue a agolparse a la puerta de la capilla. 

Una vez en posesión del torito, el siguiente problema fue decidir cómo llevar el pequeño toro a la montaña que cuidaba el pueblo, pues los sacrificios al dios Pachacámac deben hacerse en el lugar más cerca al cielo, y esta era la montaña tutelar, la que había que escalar, pues no había camino, y menos para un torito que solo conocía los pastos del valle. Alguien mencionó el nombre de Urco, el joven más fuerte y hábil del pueblo, como el único capaz de llevar a cabo esta tarea, y todos estuvieron de acuerdo. Urco tomó la elección con esa tranquilidad que la gentes blancas confunden con mansedumbre, y se dio a la tarea de atrapar al torito, maniatarlo con cuerdas y envolverlo en mantas para ponerlo en su espalda como hacen las madres andinas con sus hijos. 

Así preparado, Urco empezó la escalada llevando al toro en su espalda. El recorrido no fue nada fácil, pero sabía que era esta la última oportunidad antes de que la sequía los deje sin alimentos ni agua. Cada vez que miraba hacia abajo, aún podía ver al pueblo reunido en la falda de la montaña, observando atento su progreso. Con mucho esfuerzo, pues el toro no dejaba de moverse tratando de escapar, logró llegar a la cumbre, en donde un pequeño escalón permitía tener espacio para preparar la ofrenda. 
Al descargar al torito, este trató de escapar, a pesar de que el espacio apenas permitía dar unos pasos antes de caer al vacío. Urco se vio en problemas, pues el sacrificio debía prepararse extendiendo su manta y colocando allí las hojas de coca, y los productos de la tierra, además de tener que encender el fuego, y esto no sería posible con el torito corriendo de un lado a otro. Urco trató de atrapar al toro antes de que este cayera al abismo, pero el toro lo esquivó, aunque en el intento chocó sus cuernos contra una roca. La roca hizo un sonido extraño ante el impacto, como si estuviera hueca. El toro, mientras tanto, seguía corriendo, hasta que golpeó nuevamente con sus cuernos la roca. Esta vez la roca se partió y dejó escapar un fuerte chorro de agua. El toro, cansado, empezó a beber la fresca agua que brotaba y que se convirtió en un puquio, o arroyo, que bajó por la pendiente hasta el pueblo. Los habitantes que aún miraban desde abajo observaron maravillados cómo bajaba el agua salvadora y estallaron en gritos de júbilo, al ver la salvación del pueblo y sus cosechas. 

Urco pudo calmar al pequeño torito y pudo bajarlo nuevamente al pueblo, perdonando su vida en gratitud por el servicio prestado. Pachacamac, sin duda, intermedió para que el torito encuentre el agua, por lo que hizo el sacrificio solamente con los otros vegetales que había llevado. Desde entonces, Urco fue considerado por esta hazaña como el salvador del pueblo, y el torito fue considerado un heraldo de la prosperidad. En su honor, la comunidad empezó a hacer figuras de arcilla del toro para atraer la buena fortuna. Estas figuras representan al toro adornado para el sacrificio, con sus cuernos cortos y con la lengua afuera que tenía al beber el agua del puquio. De Pupuja, estas esculturas pasaron al vecino pueblo de Pucará, que era el centro de comercio de la zona, y de allí se esparcieron a todo el sur del Perú, con el nombre de Toritos de Pucará. 

Hasta hoy se colocan figuras del torito en la parte más alta de las casas para atraer la prosperidad, junto a la cruz de los cristianos para recordar tanto a Cristo como a Pachacámac. Es una ocasión especial cuando se levanta una casa, colocar este toro. Tiene un agujero en su lomo que simboliza la fertilidad, un asa que representa la unión entre hombres y mujeres en matrimonio, y los ojos muy abiertos que nos recuerdan la importancia de estar atento a nuestro alrededor. El toro está también adornado en su lomo, con adornos en espiral que representan las vueltas de la vida, en espera de que todo lo que se da, regresará en algún momento. Así lo he encontrado en lo alto de muchas casas en el Cuzco y Puno. 

También es muy popular tenerlo en el interior en donde son atractivos sus vivos colores, rojo, azul, negro o blanco, que representan el tipo de protección que se quiere para el hogar.

jueves, 15 de mayo de 2025

El reloj



En casa hay un reloj, de esos tan antiguos que ya nadie recuerda cómo llegó a la pared, tal vez una enrevesada cadena de herencias lo dejó allí, a falta de un mejor lugar, tal vez a la espera de que se defina su real propietario. Sé que en algún tiempo estuvo en un vestíbulo de un hotel de provincia que algún pariente tenía, o administraba. Tampoco se ha conservado el dato de si estaba allí en préstamo, propiedad, o en simple espera de un lugar mejor en donde colocarlo. El caso es que ahora está en una de nuestras paredes, enorme, y desentonando un poco con el moderno mobiliario que hoy habita la sala. 

Es que el reloj es una enorme caja de madera tallada, con una puerta que deja ver el péndulo a través de un vidrio. La cara del reloj está en números romanos y pequeñas inscripciones en letras góticas acreditan a su fabricante. El caso es que el reloj no deja de ocasionar cierta incomodidad. Ya la humanidad ha perdido la costumbre de darle cuerda cada cierto tiempo, desechando este rito por repetitivo y anticuado, sin caer en la cuenta de que es el mismo rito que les hace conectar a la corriente el smartphone. Por eso, es frecuente verlo detenido por falta de atención y de cuerda. Además, ya no se estila escuchar los sonidos del reloj, y el efecto que este causa en las personas. 

Durante el día, los sonidos cotidianos ahogan o distraen de su sonido, pero en las noches, o incluso en la tranquilidad de un fin de semana, puede escucharse al tiempo que pasa a través de él. Los segundos tienen un sonido grave y casi ominoso, y la regularidad de su campana que marca los cuartos, las medias horas y las horas pueden sorprender al visitante casual. Afortunadamente, las campanadas no suenan muy fuerte, o al menos así nos parece a quienes vivimos en este mundo que se ha vuelto tan estruendoso. Cuando llegan visitas, los niños quedan fascinados ante la extraña máquina y esperan a escuchar las campanas que suenan a pasado. Alguna vez un visitante comparó su sonido con campanas tibetanas usadas para la meditación. 

Ahora, tener un reloj en la sala nos parece un anacronismo, pues la vida nos ha rodeado de relojes: los celulares, los microondas, el televisor y hasta la refrigeradora tienen relojes luminosos, y ya ni siquiera se estila llevar un reloj en la pulsera. Sin embargo, este antiguo reloj parece marcar un tiempo diferente al de todos estos sustitutos modernos. Cuando uno lo observa, el tiempo parece correr más despacio, y el sonido de su maquinaria parece tomarse su tiempo para marcar cada segundo. El mueble en el que está montado también le da un carácter de importancia antigua, que recuerda todos los segundos, minutos y horas que ha sobrevivido, viendo a la gente detenerse, apurarse, esperar o simplemente pasar el rato. Tal vez por eso es que cuando se le agota la cuerda emite un sonido raro, como si quisiera decir “Ya no puedo más”. 

Tiempo ha pasado desde sus días de gloria. La vida se ha vuelto desde entonces más rápida, y los relojes que nos rodean nos gobiernan: hay que ir al trabajo, tienes una cita, despierta de tu sueño, tu taxi llegará en 3 minutos. Pero este antiguo reloj no buscaba gobernar al hombre, era simplemente un testigo del tiempo que pasaba. No te ordenaba levantarte, simplemente decía la hora, sin insistir, ni recordarte las citas con treinta, diez, y cinco minutos de anticipación. Pero algo ha quedado de los tiempos pasados en el reloj. En una noche tranquila, uno puede apagar la música, y prestar atención al sonido del segundero. Con un poco de concentración, el reloj se convierte en una máquina del tiempo y se podrá ver una sala de enormes cortinas y muebles tallados, alumbrado por candelabros. Hasta se puede oler la cera sobre los pisos cubiertos con largas tablas de madera y sentir el aroma de un pequeño fogón de carbón que cocina una leche fresca que se servirá en una vajilla de porcelana decorada con dibujos azules. 

 Hoy toca darle cuerda al viejo reloj. Y no puedo hacerlo sin dejar de pensar que, aunque el tiempo es fugaz, a veces hay que darle tiempo al tiempo.

lunes, 5 de mayo de 2025

Fábula tonta


Era una noche clara y sin nubes. Un tonto, un estúpido y un soñador salieron a pasear al bosque. 
El tonto vio la luna llena reflejada en un charco y quedó maravillado creyendo que tenía a la luna al alcance de su mano. 
Cuando el estúpido la vio, pateó el agua, sintiéndose poderoso al creer que había derrotado a la luna. 
El soñador, al desaparecer el charco, levantó la mirada y vio la luna, hermosa y brillante en el cielo. Siguió caminando sin apartar la mirada hasta que resbaló en otro charco, se cayó y arruinó toda su ropa. 
El estúpido se rió al verlo, el tonto se quedó pensando si había valido la pena, y el soñador se levantó y se fue pensando si esta historia tenía alguna moraleja.

lunes, 21 de abril de 2025

Frases twitteables 70


  • Debe ser hermoso estar con alguien que olvide que tiene el celular mientras está contigo. 
  • Solo recuerda que una de las pocas cosas en las que Dios y el diablo están de acuerdo, es en la necesidad de la justicia, en que el justo debe ser premiado y el injusto debe ser castigado. 
  • En una versión alterna, Beatriz le dice a Dante: “No me importa por donde tuviste que pasar para venir aquí, regresa por donde viniste, no me interesas”. 
  • Todavía estoy buscando a alguien con quién abandonar todo cinismo y perder al fin el miedo de ser cursi. 
  • Un día, ella me dijo: “Esto ya no funciona”. Yo le respondí que ya lo sabía, le deseé suerte, ten una buena vida. Ella, furiosa, se fue y no la volví a ver. ¿Cómo iba yo a saber que era de su celular de lo que hablaba? 
  • La importancia de los detalles: la sonrisa de la Mona Lisa ocupa menos del 2% del cuadro. 
  • Lecciones aprendidas del 2024: esperar que las cosas no salgan tan mal como creías al principio no te hace un optimista. 
  • Mucha gente no lo sabe, pero el cerebro, el corazón y la lengua hablan idiomas diferentes. Por eso, cuando uno trata de decir lo que piensa o siente, hay mucho que se pierde en la traducción. 
  • ¿Eres persona de perros o de gatos? - A veces necesito salir al parque a aullarle a la luna, y eso solo puedo hacerlo con mi perro. 
  • Buscando la luz al final del túnel, me encontré con varios que caminaban en sentido contrario, en busca de la luz que yo iba dejando atrás. 
  • Que el 2025 sea el año en que se invente el anti-flitro: el filtro que quite los filtros de las fotos, que quite los maquillajes y los retoques, que nos permita ver a las personas como realmente son. 
  • ¿Alguna vez han pensado cuántos terapeutas se irían a la quiebra si todos tuviéramos amigos a quien contar nuestros problemas? 
  • Si Mahoma no va a la montaña, la montaña irá a Mahoma. - Menos mal que Mahoma aceptó ir a la playa, sino hubiéramos tenido un tsunami. 
  • Shakespeare: ¿Ser o no ser? - Peruano: ¿Eres o te haces? 
  • Qué buena la labor de edición que hizo mi cerebro con mis recuerdos. Quitó las partes tristes, le dió más luminosidad a las partes buenas, y le puso un buen soundtrack a las partes emocionantes. 
  • Se me hace que esos que ponen frases del tipo “Gracias vida por los golpes, que me enseñaron a crecer”, tienen relaciones tóxicas con su pareja. 
  • A estas alturas del año, muchos ya olvidaron las lecciones que les dejó el 2024. 
  • Toda autobiografía está atada irremediablemente al momento en el que se escribe. Por eso te pido que esperes un poco antes de contarte mi vida. 
  • En los videojuegos, el jefe es el más difícil de vencer, el más diestro y hábil, casi invencible. Ojalá fuera así en la vida real. 
  • Denunciemos a la conspiración internacional que nos quiere hacer creer que un clavo saca a otro clavo.
  • Voy a una primera cita con una guitarra, una batería y un ábaco. Ella quiere a alguien que vibre alto, que traiga buena energía, y a alguien que sume. 
  • Las estrellas están a una distancia enorme, lejos de la codicia humana, y no les importa que los humanos digan que quieren alcanzarlas y regalarlas. 
  • No me imagino a Jesús tratando de convencer a la gente como lo hacen hoy quienes quieren dicen seguirlo. No lo imagino tocando de puerta en puerta, ni con un megáfono en un lugar público, ni siquiera con una biblia gastada en la mano. 
  • Imagina ser un ave migratoria, irse al otro hemisferio a pasar el invierno, y al regresar encontrar que los humanos han destruido tu hogar para hacer un centro comercial. 
  • El escritor presentó un manual para ser malvado. La editorial pensó que tendría problemas para venderlo, así que le cambió de nombre y hoy lo promociona como una receta para el éxito.

jueves, 10 de abril de 2025

El Cuerpo


El corazón y el cerebro empezaron a discutir, y no lograron ponerse de acuerdo, así que llamaron al hígado y a los ojos para mediar, sin obtener resultados. Al debate se unieron el estómago, el tacto, la sangre y los labios, aumentando el desconcierto. El olfato, la bilis y los pulmones también dieron su opinión. Incluso el páncreas intervino, cuando ya los ánimos estaban caldeados, pero fue el riñón el primero que cedió a la violencia, iniciando la gresca de todos contra todos. 
El cuerpo entero, incapaz de soportar tanta disputa y agresiones mutuas, se dio por vencido y cayó, justo cuando la mano trataba de alcanzar el teléfono. 
El médico sentenció una falla general, pero los amigos más íntimos sabían la verdad, y así lo dijeron a la familia: aún hay gente que muere de amor.

jueves, 27 de marzo de 2025

El último en llegar


Aquí estoy, esperando el disparo que indica el inicio de la carrera. Entre tanta gente que quiere batir un récord, probar lo que dijo algún libro de autoayuda, o lograr un selfie que publicar, yo parezco ser uno de los pocos que solamente quiere divertirse. Incluso ahora, estoy a una buena distancia de la línea de largada, siempre llena de gente que quiere verse en las cámaras de televisión, o creen que mientras más cerca estén de la línea más ventaja tendrán sobre los otros corredores. 

Cuando suena el disparo, empiezo a correr a baja velocidad. Hay demasiado tumulto hacia adelante, y quiero librarme de los empujones, tropiezos, y caídas que son cada vez más comunes en este tipo de carrera. 

Como sé que no voy a llegar primero, decido que lo mejor es aprovechar para mirar el paisaje, disfrutar de esta hermosa mañana de domingo. Por eso elijo una posición que no esté tan llena de gente, sin que me importe llegar al pelotón de los líderes. Desde mi privilegiada posición veo alguno de los eventos que han pasado en la carrera. Alcanzo a ver a los médicos que están atendiendo a algunos corredores que han sido empujados o atropellados por esos corredores demasiado ansiosos de probar algo. También veo a los exhibicionistas: los que llevan algún disfraz mientras corren, los que corren acompañados de su perro, o incluso alguna mujer que lleva un carrito de bebé. 

Al ver a tantos corredores que me sobrepasan, debo aceptar el hecho de que no me he preparado adecuadamente para la carrera, que definitivamente no llegaré entre los primeros, ni siquiera entre los de la mitad. Pero esto tiene algunas ventajas. Puedo divertirme saludando a la gente, aceptando los vasos de agua que me ofrecen y escuchar sus gritos de ánimo. Ya que mi idea es disfrutar del viaje, trato, con poco éxito, de entablar alguna conversación con algún colega corredor. Es inútil, al parecer nadie quiere perder su valioso aliento conversando, nadie quiere perder la concentración y todos se alejan de mí tan rápido como pueden. 

Conforme sigue la carrera, veo más espaldas que se alejan de mí. No me importa, ni siquiera cuando me adelantan un ciego con su perro y un hombre en silla de ruedas. El último grupo de corredores ya es apenas visible a lo lejos y ya nadie me adelanta. Ahora tengo toda la pista para mi, como si yo fuera el único corredor. Los espectadores que llenaban la vereda ya se han ido casi todos, y los pocos que quedan tienen cara de aburrimiento. Un par de representantes de los organizadores me hacen señas para que me apure y que ellos puedan también terminar su jornada. Incluso un policía en su moto me informa que por mi culpa no pueden reabrir el tránsito vehicular en la calle. 

Mientras paso por los últimos tramos de la carrera, veo que ya están quitando las barreras que separaban al público de los corredores, ya no hay nadie que me invite un vaso de agua, y la calle se ve ahora como la de cualquier otro domingo. El cansancio me hace correr cada vez más lento y más que correr, estoy caminando, pero sigo avanzando. Por fin veo a lo lejos la meta, cuando un policía me indica que vaya por la vereda, pues ya reabrieron el tránsito en la avenida. 

Cuando llego a la línea de meta, ya todo está vacío, me he perdido la premiación a los ganadores, la celebración y hasta el reparto de recuerdos de los auspiciadores. Los estrados portátiles ya están a medio desarmar y arrumados a un costado esperando que llegue el camión que se los lleve. Descubro entonces que no me importa ser el último, ni que haya nadie para recibirme. Aún así, he vencido a todos los que abandonaron, a los que cayeron por agotamiento, y a los que se fueron discretamente por no pasar la vergüenza de ser el último. 
Hay cierta dignidad en ser el último, y no hacer caso a los que se burlaron, a los que quisieron que me rinda, a los que dijeron que esto no es para mi y que mejor me dedique a otras cosas. Es un triunfo muy personal el haber partido sin esperanzas, y haber terminado, aunque tan atrás de todos que muy pocos recuerdan siquiera haberme visto participar. He llegado, y por eso mismo, esta llegada tiene algo de victoria secreta, no hay más premio que el que yo mismo me asigne, y la recompensa será solo mía.
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